CUANDO EL HOMBRE MUERE, ¿VOLVERA A VIVIR?
Las siguientes reflexiones sobre la inmortalidad han sido extractadas de un conmovedor panegírico que Everett Dirksen, destacado senador republicano de los Estados Unidos, pronunció en ocasión del servicio religioso celebrado en memoria de un amigo suyo.
¿Qué mortal, ya en el umbral de lo infinito, no se ha preguntado qué hay detrás del velo que separa el mundo visible del invisible? ¿Qué mortal no ha pensado en la eternidad, en lo que pueda haber allá?
Hace muchos siglos, Job, favorecido durante largos años por todos los beneficios materiales, se halló pronto abrumado por cuantas desdichas puedan afligir a un ser humano. Expreso entonces la cuestión perenne e inmemorial: “Cuando el hombre muere, ¿volverá a vivir?”
Si el universo, y por tanto el mundo en el cual vivimos, responde a un plan, este deberá haber sido hecho por alguien. ¿Quién puede contemplar los inexplicables misterios que nos rodean sin creer que existe un plan, y un Arquitecto?
Consideremos lo que afirma el Génesis. Primero este Arquitecto creó el cielo y la tierra, vacíos y amorfos. Sus profundidades eran sombrías. Solo había tinieblas y océano, ninguna claridad.
Hágase la luz, dijo el Gran Arquitecto del universo, y la luz se hizo, que haya un firmamento, dijo y apareció el firmamento. Que surja la hierba, dijo, y que la hierba produzca semilla, ¿Cómo podría persistir la tierra sin el germen de la continuidad? Y nació la hierba.
Determinó también que hubiera criaturas vivientes en el agua y aves que volaran sobre la tierra, así como vida terrestre, ganado, fieras y seres que se arrastraban. El plan estaba casi completo, pero no del todo.
Entonces Él creó al hombre y le dio dominio sobre las demás criaturas. Solo el hombre es capaz de inspiración y aspiraciones, de nobleza y dignidad. En nuestro mundo actual, lleno de maravillas y conquistas de la ciencia, ningún átomo, por grande que sea su poder destructivo, podría concebir una idea, construir un edificio, albergar compasión, caridad o esperanza. Solo al hombre le fueron dadas inteligencia, dignidad y divinidad.
¿Quién podría argüir persuasivamente que el ser humano, la obra más noble del Gran Arquitecto, ha de terminarse cuando el alma abandona su templo terrenal?
Salvo por obra del Gran Arquitecto, nada se crea en este mundo, y nada se destruye. Las pirámides que tienen siglos, son solo obra hecha por el hombre con piedra que ya existía allí. El átomo, fuente de felicidad y de miseria, existió siempre, a la espera de que la inteligencia, ayudada por el tiempo, revelase su pavoroso poder.
La obra del Gran Arquitecto no puede ser destruida por el fuego, pues este sólo trasmuta lo que unió el hombre y lo cambia en formas tales como la luz, calor, energía. Ni por terremotos, que solo echan por tierra monumentos humanos, sin destruir la elemental sustancia. Ni por las tormentas, ni por cataclismos, que solo alteran la disposición de cosas puestas en el mundo por el Gran Arquitecto.
En otoño, las hojas de alegres colores caen al suelo lentamente, no para ser destruidas sino para que la Naturaleza las reciba en su seno y las destine a futuros fines. De la mano del Gran Arquitecto, proviene la inevitable caricia de la primavera, que trae vida, color, fragancia y belleza a la ávida tierra.
Tal es la Resurrección de la primavera, Es una respuesta a la inmemorial pregunta de Job
“CUANDO EL HOMBRE MUERE, “VOLVERA A VIVIR”. Vivirá, ciertamente; tan ciertamente como el día sigue a la noche, tan ciertamente como los astros mantienen su curso, como a la cresta de cada ola le sigue su propio seno.
Esto es y sera un misterio….