EL EMPERADOR Y LOS CUERVOS QUE HABLAN
Se contó en el año 31 antes de Cristo, que habiendo vencido a Antonio en la batalla de Actium, Octavio llego a Roma, donde la celebración de su triunfo duro más de tres días.
En ese día lleno de júbilo Octavio escucho una voz gritando su nombre y alabando su victoria lo cual llamo su atención, y al momento ordeno que el hombre que gritaba con tan clara voz su victoria quería verlo cerca de él.
El hombre llevaba en su mano a un cuervo y gritaba fuerte y claro. ¿Salve Octavio, el gran vencedor!
En ese momento Octavio quedo perplejo al ver que no era el hombre quien gritaba, sino su cuervo. Y soltó una fuerte carcajada diciendo.
¡Esto es increíble, te compro tu cuervo anciano, soldados páguenle 5000 escudos!
El anciano con gran júbilo le dio las gracias diciéndole.
Gracias generoso vencedor, como usted ve, soy tan solo un pobre hombre artesano
Pero como en todos los tiempos hay gente envidiosa y el vecino del anciano al ver que Octavio había comprado al cuervo parlanchín con miles de escudos fue a ver a Octavio para informarle que el anciano artesano tenía otro cuervo, el cual hablaba mejor que el que le había comprado.
De inmediato Octavio pidió le trajeran al anciano, junto con el cuervo que hablaba mejor que el de él.
Efectivamente el anciano tenía otro cuervo hablantín, el cual también había entrenado para hablar, así que cuando llegaron los guardias del emperador se puso nervioso y les dijo que a ese cuervo no lo vendía, pero los guardias lo empujaron diciéndole que eran órdenes y que tenía que obedecer.
El viejo en sus adentros pensaba, _Sí el cuervo habla, soy hombre muerto– Así que al llegar ante Octavio el cuervo con voz fuerte y clara dijo. ¡Salve Antonio el vencedor! El emperador Octavio quedo perplejo al oír el nombre de Antonio, pero tras el asombro soltó una fuerte carcajada diciendo.
¡Ah, pícaro anciano, como no sabías si yo iba a ganar en la Batalla de Actium, o mi contrincante Antonio, te preparaste para ambos casos, de verdad que eres muy astuto!
El anciano temblando y de rodillas pide piedad a Octavio
Pero Octavio sin dejar de reír le dice al viejo. ¡Mira anciano estoy de muy
buen humor y he reído como hace tiempo no lo hacía te comprare este cuervo
también, así que guardias, páguenle a este hombre 6000 escudos!
El anciano aún de rodillas y pensando se dice, (esto es un milagro, ya que sigo vivo, el emperador lo tomo de muy buena manera) y poniéndose de pie, le dice en voz alta, gracias o divino Octavio, y salió corriendo.
Mientras Octavio sin dejar de reír y con sus dos cuervos en cada mano uno diciendo “Salve Octavio y el otro salve Antonio.”
Como era de esperarse toda Roma se entero de la compra de los cuervos y por lo tanto muchos de los pobladores querían comprar un cuervo parlanchín, pero la gente del pueblo se dedicó a enseñar a los cuervos hablar, sobre todo alabando al emperador Octavio, pero fueron tantas las personas que fueron, que el emperador se molesto y grito diciéndoles que ya no quería saber de ningún cuervo y mucho menos ya no iba a comprar ninguno y lo decreto.
Pero un pobre zapatero ignorando la decisión de Octavio, tenía un cuervo al cual se dedico a enseñarle hablar y diciendo lo que quería que dijera le repetía
Repite pajarraco “Salve, Augusto Emperador”, pero el cuervo no quería aprender y llego un día en que el pobre hombre desesperado le dio un golpe enfadado y le dijo.
“Vete al diablo, pierdo tiempo y esfuerzo” Pero después de un tiempo el cuervo empezó a repetir lo que el anciano le había dicho, y contento al otro día salió en busca del emperador y al tenerlo cerca de él, el ave no quiso hablar y el emperador hizo una mueca de burla, deseando que el ave no hablara, ya que estaba harto de tanto cuervo alabándolo, el hombrecillo le daba golpes suaves al pájaro y pidiéndole que hablara antes de que el emperador se fuera.
Cuando Octavio daba la vuelta para irse el cuervo con voz fuerte y clara grito “Vete al Diablo, Pierdo tiempo y esfuerzo”, el viejo quedo temblando de miedo al oír al cuervo.
El emperador se volvió riendo y diciendo “Compro este cuervo, pero esta vez sí es el último”
A partir de ese día ya nadie intento venderle cuervos parlanchines a Octavio Augusto, pues por toda Roma, sus heraldos proclamaron su decisión final