Esta historia se origino en el templo de Santa Catalina de Siena, ubicado en las calles de República de Argentina en la Ciudad de México.

En este templo entrando a la derecha de dicho templo se encontraba un Cristo, esculpido en madera, nunca se supo quien fue su creador. La mirada de ese Cristo  era de una mirada muy triste, de una palidez mortal, con grandes llagas sangrantes y con una corona de espinas cuyas puntas parecían clavarse en su carne, pues el Cristo que era de madera aún así en esas horribles espinas  escurría sangre.  Daba lástima esta triste figura de nuestro Señor, colocada en la entrada, ya que su cuerpo se encontraba solo cubierto con un trozo de túnica vieja y su cuerpo lleno de llagas en su delgado cuerpo.

Pues bien a ese templo llegaba una monja a oír misa pero al mismo tiempo llegaba para ver a ese triste aspecto del Cristo que cargaba la cruz, y se detenía frente a él, para decirle un par de oraciones, al grado que la monja cada que veía al Cristo lo veía más triste y agobiado y mucho más sangrante.

Pues con el paso de los años que fueron más de treinta, la devoción de la monja por ese Cristo fue mayor ya que ella no dejaba de ir a verlo y su tristeza era cada vez más grande en ella al ver al Cristo más triste y más agobiado por las lacerantes espinas que sangraban en su cabeza.

En una noche que hubo una gran tormenta, la monja cayó enferma, y su pensamiento fue hacía el Cristo que estaba semidesnudo en la entrada de la iglesia y su pensamiento fue.

“JESUS, CRISTO MIO, lo dijo llena de dolor, tratando de levantarse. DEJADME QUE CUBRA VUESTRO BENDITO CUERPO. VENID A MI SEÑOR Y MOSTRAOS ANTE ESTA PECADORA QUE SOLO HA SABIDO AMARTE Y ADORARTE EN RELIGIOSA REVERENCIA”.

La tormenta arreció y lo insólito de esta historia ocurrió entonces

Llamaron quedamente a la puerta de la celda de la monja enferma y ésta con muchos trabajos se levantó y abrió, para encontrare ante élla la figura triste de un mendigo, casi desnudo que parecía implorar pan y abrigo.

La monja al verlo se encaminó hacia su mesilla y tomó un mendrugo de pan que no había tocado y se lo ofreció mojándolo con aceite y agua, y sacando de su baúl un rebozo de lana, y cubrió el cuerpo del  pobre mendigo.  Al terminar de hacer esto, el cuerpo de la monja se estremeció, lanzó un profundo suspiro y murió.

Al otro día encontraron su cuerpo el cual ya estaba tieso, pero lo asombroso fue el olor que despedía de él, ya que olía a rosas, y con una beatífica sonrisa en su rostro marchitado por los años y la enfermedad.

Pero si el asombro fue ver a la anciana monja con el rostro lleno de santidad, en el templo de Santa Catalina de Siena, el asombro fue mayor, ya que encontraron el rebozo de la vieja monja que cubría el enjuto y sangrante cuerpo del Señor con la cruz a cuestas.

Por ese hallazgo y por considerarlo como un milagro, las religiosas y los fieles empezaron a llamar a esta imagen como EL SEÑOR DEL REBOZO, este Cristo estuvo muchos años expuesto a la veneración de los feligreses, hasta la exclaustración de las monjas cuando el gobierno cedió este hermoso y legendario edificio, primero para templo y después para biblioteca.

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