Gobernaba por entonces en la Nueva España, el buen virrey Don Fray Antonio María de Bucareli y Ursua. (Septiembre 22 de 1771 a abril 9 de 1779).

La güera Rodríguez: apodo con el que la conoció todo México, nació el 20 de noviembre de 1778, en la ciudad de México y fue bautizada con el nombre de María Ignacia, Javiera, Rafaela, Agustina, Feliciana, sus apellidos eran: Rodríguez de Velazco, Osorio, Barba, Jiménez, Bello de Pereyra, Fernández de Córdoba, Salas, Solano y Garfias.

Sus padres; Doña María Ignacia Osorio y Bello de Pereyra, Fernández, de Córdoba, Salas,  Solano, Garfias. Y don Antonio Rodríguez de Velazco Osorio, Barba y Jiménez.

Hoy quiero recordar algunos episodios sobre la vida de esta popular y conocidísima güera Rodríguez de Velazco, muy hermosa y deslumbrante presencia y la cual mostro humanidad virtuosa, pecadora espiritual y carnal, apasionada y arrepentida, su caracterizada personalidad dejó una huella profunda en el tiempo que le toco vivir y tuvo participación con los insurgentes y vio realizada la Independencia de México.

Desde muy joven y después de breves galanteos, logró interesar a un oficialito del cuartel de granaderos, él nunca salía a verla, sino que ella todas las tardes lo visitaba en dicho cuartel, una tarde paso por ese sitio el virrey don Juan Vicente de Güemes Pacheco de Padilla, y le llamó la atención de la audacia de esta joven, y al saber que eran las hermanas María Josefa y María Ignacia Rodríguez de Velazco, llamo a su padre, Don Antonio Rodríguez de Velasco y le pidió arreglar pronto las bodas de sus dos hijas  con esos dos jóvenes militares, y así realizaron las bodas, quedando Doña Josefa, casada con don Manuel Cossío Acevedo, hijo de los marqueses de Uluapa, y doña María Ignacia, casado con dos José Jerónimo López de Peralta de Villar Villamil y Primo.  Esta unión duro once largos años, un hijo varón con el nombre del padre y abuelo, José Jerónimo Mayorazgo de López de Peralta, y también quedaron tres hijas, de tan soberana hermosura, María Josefa, María Antonia y María de la Paz, y las llamaban junta con su mamá “VENUS Y LAS TRES GRACIAS”, con su belleza deslumbraban al sol.  Doña María Ignacia, durante su matrimonio tuvo varios devaneos, estos llegaron a su esposo Don José Jerónimo, que se entero de tales y cuales, de seguro mentiras y vio tales y cuales otras de seguro amplificadas a figuraciones y malicio algunas más, que esas si podían ser.  Este señor  dueño de un temperamento  impulsivo, muy a menudo le daba golpes, cansada de los malos tratos de su esposo, al fin pidió la separación.  Existe un abultado expediente del escándalo que provocó en esa época, La muerte de don José Jerónimo, en el año de 1805, puso fin a esta separación solicitada por doña María Ignacia, y así obtuvo el fallo a su favor definitivo.

Con la muerte de su marido, tuvo esta dama una viudez deliciosa, sin estorbos, la pasaba muy regaladamente cogiendo la flor del placer, no importa balé nada ni nadie, solo iba en seguimiento de sus contentos  y apetitos, ponía en divertirse un anhelo apasionado, una tarde en su recorrido por la Alameda, conoció a Don Mariano Briones, un caballero septuagenario de vida pausada y blanda, que tenía cargo muy principal en el gobierno, que quedo prendado de la güera Rodríguez, y después de un corto trato le pidió que fuera su esposa, ella le respondió que estaba dispuesta a que la tomara por su mujer, y se consumó el segundo matrimonio que le ató las manos a él, se casaron y el señor Briones apenas si podía creer en la dicha que doña María Ignacia le hubiese dado el sí.

En vida feliz y maridable, pasaron unos meses, pues poco vivió don Mariano Briones; ya que poco tiempo después de un fuerte enfriamiento falleció, y doña María Ignacia, poniendo vaga tristeza en su rostro, vistió ropas negras que cubría con luengo manto de viuda.

Doña María Ignacia quedo embarazada, los parientes de su marido dijeron que ese preñado era solo mañoso, y artificio, pues de ninguna manera podía ser cierto, pues según ellos era para poder recibir herencia del grueso caudal del desdichado difunto.

Entonces doña María Ignacia, decidió que cuando le llegara la hora del parto, su hijo saliera de las entrañas, a los ojos del mundo delante de testigos fehacientes, pero el arduo suceso no llego en el tiempo que lo esperaba, ya que había perdido la cuenta de su embarazo.

Un buen día se vino la cosa aquella muy deprisa sin espera posible, sin embargo la güera, sintiendo ya los fuertes dolores de parto, salió muy decidida y sosegada a la puerta de su casa, e hizo entrar en su residencia hasta seis señores que pasaban por la calle y les pidió que testificarán el acto de su alumbramiento a realizarse en esos momentos, salió el parto a luz entre las miradas absorta de aquellos seis caballeros, fue una niña de las más hermosas que pudieran imaginarse, doña María Ignacia, regalo a los testigos con pasteles y una copa de buen vino claro, con este nacimiento chasqueo bien a los tontos parientes de su marido, a quienes les salió el tiro por la culata.  Doña María Ignacia, puso a la niña el bonito y simbólico nombre de Victoria, esta niña a los pocos años dejo de existir.

Doña María Ignacia, siguió su vida como estaba acostumbrada y no se sabe donde vio por primera vez a Don Juan Manuel de Elizalde, ni en qué lugar tubo con este señor buena amistad, hasta llegar al matrimonio, Don Juan Manuel de Elizalde, era chileno de nacionalidad, elegante, con mucho señorío y apuesto, vino este señor con amplias cartas comendatorias para personas de sobresaliente calidad y esto le franqueo la entrada al real palacio.   Con este caballero paso a terceras bodas la donairosa y desprensiva dama, que en vida libre y feliz estuvo mucho tiempo , y así en perpetuo embeleso vivió don Juan Manuel de Elizalde, con la agradable viuda; pues no miraba sino por los dulces ojos de ella, así al fin sosegó su vida la güera Rodríguez, el tiempo al amortiguarle la libídines, se la pacifico, la puso en orden, sus paciones quedaron se dormidas y estuvieron en reposo sin romper la suave tranquilidad de sus día s.  Los años no le robaron su hermosura.

Su inquietud de antaño, quedo puesta en mansa dulzura: dejo visitas, paseos, tertulias y saraos, y sumiose con indiferencia  en la penumbrosa paz del hogar.  Tomo con gran fervor el estar con Dios, por medio de la oración, y profesa llena de humildad en la tercera orden de San Francisco, cuyo hábito vistió hasta el fin de sus días.

Según crónicas de esa época, la güera Rodríguez era muy popular, conocidísima de las personas encumbradas, de alto  porte, y también de la gente de estado llano, su nombre andaba en boca de todos, y de mano en mano por cantones y estrados, iban sus hechos y dichos, corrían infinidad de cuentos y chascarrillos, sobre doña María Ignacia, lo que demostraba su popularidad, no hay que olvidar que la famosa güera Rodríguez, tuvo varios amantes, desde virreyes, corregidores, obispos de la santa inquisición, militares, como el Gran Simón Bolívar, Agustín de Iturbide, Alejandro, barón de Humboldt.

La güera Rodríguez, tuvo tres hijas, que se casaron, una con el conde de Regla, la otra con el marqués de Guadalupe y la tercera con el marqués de Aguayo, las dos primeras eran hermosas como ángeles,  murieron todas en la flor de la edad.

A ella se le atribuye la desdeñosa frase en la que se dice que “FUERA DE MEXICO, TODO ES CUAUTITLAN”, también la güera Rodríguez con su fértil desparpajo ensalzaba dondequiera con encarnecidos elogios al cura Don Miguel Hidalgo, Don Ignacio Allende, a los Aldama y los hombres que andaban peleando contra el régimen español para hacer libre a México, y decía lindezas contra el vil Fernando  VII, además daba dinero para la revolución, una vez dado el “GRITO”, doña María Ignacia, fue citada a la temerosa Inquisición, por la denuncia del cobarde espía Juan Garrido, a responder de los cargos que le hacía , “en teoría tribunal de la fe”, la güera no se altero en lo más mínimo con esa cita.  Presentándose a la temible “Casa de la esquina achata”, mas campante que nunca, la audacia de la elegante señora, pasmo a los severos varones que la iban a juzgar por nefasto delitos, les atronó las orejas al preguntarles con la mayor naturalidad del mundo, si ellos que eran esto y lo otro y lo demás allá, y que habían hecho tales y cuales cosas, “SERIAN CAPACES DE ABRIRLE CAUSA Y DE SENTENCIARLA”, se le salto con nimios detalles que dejaron turulatos a los tres señores, bien claro des descubrió sus grandes secretos, y así los derribo con la filosa espada de su lengua, y salió muy airosa la dama del salón de audiencia, el arzobispo-virrey, condenó a la güera Rodríguez al destierro, tendría que irse a Querétaro, por breve tiempo, esa fue su rigurosa justicia en este episodio de esta famosa dama.

Otro episodio de la güera Rodríguez, es el tórrido romance que tuvo con Don Agustín de Iturbide, estos amoríos llego a decirse que tuvieron gran influjo en la Independencia, para reforzar esto del GRAN INFLUJO, don Manuel Romero de Terreros y Vinent, marqués de San Francisco y caballero de Malta, y lo que escribe  don Guillermo Prieto, en una página de sus memorias “Que este influjo era tal” que cambio la ruta señalada para el desfile del ejercito trigarante, “porque así lo quiso la dama favorecida por el caudillo de las tres garantías

Pero como todo tiene  un final, una parálisis la privo de todo movimiento, y así la famosa Güera Rodríguez, se puso en la voluntad divina de Dios, veniase acercando la muerte y la esperaba con tranquilo sosiego y en serena paz.

Cuando en la agonía iba ya pasando por los umbrales de la muerte, abría en pasmo sus grandes ojos azules, al ver junto a su lecho a su hija María Antonia, la única que le quedaba en esa fecha, pues las otras dos, María Josefa Y María de la Paz, que con aquella formaban las tres gracias, ya habían muerto, y así la güera Rodríguez, cerro sus ojos para siempre.

Su deceso fue en su casa morada, el número seis de la 3ra. Calle de San Francisco, el año de 1850, el día primero del mes de noviembre, cumplió los setenta y un años, once meses, mas diez días de su edad, nació el 20 de noviembre de 1778.

Fue enterrado su cuerpo vestido con su habito café, en la iglesia del Tercer Orden de San Francisco, acudieron al mortuorio de doña María Ignacia, no solo las personas más alcurnia das y las de mayor riqueza en la ciudad, sino un sinfín de gente popular, fue una gran aglomeración a su entierro en el que se honró con fúnebre pompa a su cuerpo, deseándole gloria y eterno descanso.

Sirva estas líneas para recordar a una de las figuras más brillantes de nuestra historia de la sociedad colonial mexicana del siglo XVIII.

NOTA.  Datos y apuntes extraídos del libro LA GUERA RODRIGUEZ, escrito por Artemio de Valle Arizpe.

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