Ya crucificado en aquel monte a las afueras de los muros de Jerusalén, con el cuerpo destrozado gracias a las flagelaciones, con aquel letrero encima de su cabeza sangrante la cual grabada con letras grandes llevaba,” Iesus de Nazaret rey de judíos.”

Iesus solo miraba a sus alrededores, observaba toda la crueldad del hombre en contra del hombre, escuchaba las injurias en su contra, así como las ofensas de aquellos guardias que con crueldad sobrehumana, hacían un trabajo cruel con gozo.

Sus ojos con tristeza veían la culminación de una misión de vida inferior, así como veía, el inicio de una vida eterna.

Con fuerza humana mínima, busco uno por uno de sus discípulos con su mirada, y con energía celestial, bendiciones les otorgaba.

Pedro y Santiago, impotentes solo veían con sus lágrimas a su maestro en la cruz.

Felipe, rogaba a un guardia que le diera agua a aquel nazareno bondadoso.

Lucas, con asombro en su rostro volteaba  a todos lados pidiendo clemencia.

Andrés  junto a Magdala con llanto en los ojos, solo veían a Iesus en su cruz con dolor.

Mateo, tocándose la cabeza como un loco desesperado lloraba.

Judas frente a aquel monte donde su amigo crucificado era, con una cuerda en un árbol, esperaba el momento para quitarse la vida y seguir a su gran amigo.

Juan detrás de María, detenía el cuerpo de aquella madre que con llanto desvanecía cada momento.

Marcos hincado de un costado de la cruz de Gestas con la frente hacia abajo rezaba y pedía clemencia a los cielos.

Tomás sin creer lo que veía, con dos lagrimas en los ojos, inerte encontraba con los acontecimientos que sucedían a su maestro.

Tadeo, ignorante y sin habla miraba el tiempo del sol.

El último elegido por nombrar, pidió no recordar su nombre, ya que bloqueado aquel día sagrado para el fue en su mente.

El caminante rezagado, en su mente pedía a Dios poder recordar al hijo con alegría, así como pedía permiso para hablar sobre lo que el vio desde atrás.

Gestas de un lado sonreía con dolor, en su rostro descaro había y burlaba por encontrarse junto a un rey crucificado.

Dimas del lado opuesto de Gestas, con asombro miraba las reacciones de Iesus y sus lágrimas que de sus ojos brotaban.

Cristo con suavidad levantó su rostro a los cielos, oyendo ofensas y llantos de la multitud, y dijo.

“El tiempo es tuyo Padre, así como mi vida.”

Gestas interrumpió.

“rey de reyes, sálvanos y sálvate si eres tan poderoso, no seas maldito egoísta.”

Cristo volteó con lentitud su rostro hacia Gestas y al mirarlo solo sonrió.

Dimas, al ver lo que Cristo había hecho a Gestas, comentó:

“oye nazareno, tú eres inocente y no mereces morir como nosotros, pero si en verdad eres quien dices que eres, no te olvides de mi, que estoy a tu lado a la hora de tu muerte.”

Cristo, con sonrisa en su rostro, volteo a verlo y le contestó.

“a mi lado estarás este mismo día, y junto a mí, entrarás al reino de mi Padre.”

Dimas, agradeció aquellas palabras que Iesus le dijo, moviendo su cabeza agachándola con humildad.

Los segundos solares pasaban rápido y lento, cuando María y Juan debajo de Cristo se pusieron.

María dijo:

“hijo, tu tiempo ha terminado y me vas a dejar sola.”

Y Cristo le contestó:

“mi tiempo ha comenzado madre, y mi corazón estará contigo por siempre, sola no estarás, ya que ese joven que detrás de ti está, será tu nuevo hijo mientras aun camines en estas tierras durante tu vida.”

“Juan, te presento a tu madre.”

“madre, el es Juan tu nuevo hijo.”

Al terminar aquellas palabras, Cristo alzó de nueva cuenta su cabeza y grito a los cielos.

“Padre, perdónalos, ya que aun no saben lo hacen y no saben lo que hicieron.”

Iesus bajó la voz y con llanto en los ojos por el dolor, terminó diciendo:

“he cumplido tu mandato Padre, te ruego termines con este dolor.”

Los cielos rugieron como un león en grito de guerra, exactamente a las 3:00 p.m. de aquel Venus, mientras el eclipse lunar oscurecía la mitad del mundo, Yeshua dejaba de respirar.

Las nubes inundaron con sus gotas de agua los cielos, la tierra se movía de este a oeste, las aves durmieron, los perros aullaron, Judas se tiraba de aquel árbol, María desmayada caía en los brazos de Juan, los elegidos surgieron como carne de palabras, y nosotros, con luz de los cielos, solo recibíamos con alegría al Hijo de mi Padre, al Rey de reyes, a nuestro Ángel Supremo.

Luz la cual alumbró aquel eclipse total, y que mostró a aquellos impuros, el lado oscuro de sus corazones.

Solo Dios Padre es Único, pero su hijo, es nuestro Ángel Supremo.

Testigos fuimos de la muerte de un rey siervo, pero también testigos fuimos de la llegada en los cielos, del Rey de reyes.

Una cruz, tan solo es muestra y recuerdo de lo sucedido, ya que la esencia del Ángel Supremo, brotó a todos lados donde los vientos van.Dichosos los que entiendan.

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