EPIDEMIAS Y PANDEMIAS HISTORICAS Y SU SIMILITUDES CON LA ACTUAL
Aún cuando los primeros días de octubre las autoridades minimizaron el impacto mortífero de la pandemia en la ciudad de México, la prensa empezó a cuestionar estas afirmaciones, ya que la enfermedad estaba siendo tan catastrófica como en las ciudades del norte,
Resumen: A lo largo de la historia, y en forma cíclica aparecen y reaparecen virus y bacterias que causan gran mortandad, y crisis económicas pero nunca se había tenido tanta movilidad de las personas como ahora de forma tan rápida que la pandemia se potencializado en su dispersión , en este artículo se da a conocer un segmento de la epidemiología mundial y un resumen del impacto en México de la Pandemia de 1918.
Se dice que quien no conoce su historia merece repetirla, y es un hecho más que un dicho, sabemos que a lo largo de la historia de la humanidad han existido una serie de epidemias locales y pandemias que han costado la vida de millones de individuos, de las más recientes de las que podemos aprender algo con respecto a la pandemia que actualmente vivimos en el 2020, ocurrió 102 años atrás a principios del siglo XX, el cual también estuvo precedido por guerras, hambre y otras epidemias y enfermedades locales.
En México, entre 1900 y 1919 se presentaron epidemias de fiebre amarilla, el tifo, la viruela, la fiebre tifoidea, el sarampión y hasta peste bubónica, en Mazatlán, así como la temida influenza de 1918 que se propagó rápidamente.
En este periodo encontramos mucha pobreza , la revolución y una hambruna en 1915, donde se elevaron los precios del frijol, el maíz y el arroz hasta diez veces más de su precio normal de la época.
Las campañas militares agravaron el problema económico del país, debido a la destrucción de las riquezas nacionales y a que gran parte del presupuesto gubernamental se destinó al gasto militar. Una parte importante de la fuerza laboral había muerto o quedó inutilizada por la lucha armada, y otra había emigrado, como hacendados, empresarios y profesionales. Además, la Primera Guerra Mundial impidió que fluyeran a México el comercio y la inversión extranjera, lo que imposibilitó la reactivación económica (Garcíadiego, 2004: 248–252).
Las consecuencias de la guerra y las enfermedades dieron como consecuencia una disminución importante en la población, ya que desde el censo de 1910 al de 1921 las cifras pasaron de 15,160,369 a 14,334,780 habitantes en nuestro país, es decir en once años en lugar de crecer, se disminuyó la población en 5.55%.
La pandemia de 1918 por influenza dejó alrededor del mundo entre 40 y 50 millones de contagios y entre 2 a 2.5 millones de muertos, entonces no se tenía un sistema de información mundial de rápida o instantánea comunicación como ahora, y aunque en 2009 se tuvo una pandemia de influenza declarada por la Organización Mundial de la Salud en julio de ese año, no fue tan asoladora como la anterior, debido a los avances de los medicamentos y la rápida información derivada de la enfermedad.
En la actualidad, manipulan fechas y datos para decir que cada cien años ocurre una pandemia, pero esto no es cierto dentro de los antecedentes encontramos datos de epidemias y pandemias mucho más frecuente de lo que se pensaría, tan sólo en los pasados 100 años hubo seis grandes pandemias, 1890, 1900, 1918, 1959, 1967 y 1977 y casi cada año alguna epidemia ha causado grandes desafíos de salud:
1889— A fin de año se inicia una gran pandemia de influenza.
1890— Pandemia de influenza, dañina para los ancianos; casos de cólera en España, noma (es una enfermedad infecciosa gangrenosa de la boca que lleva a una destrucción de los tejidos de la cara) en Austria, en Italia, y Suecia.
1891 —Influenza en Europa y América, fiebre amarilla en Caracas.
1892—Cólera en Rusia, Hamburgo, París y llega a New York; se inician las epidemias de tifo en New York.
1893 — Siguen los casos de cólera en Europa y en Canarias, el tifo en Francia y no se ha extinguido aún la influenza.
1894 — Peste en China.
1895 — Cólera en la Europa Oriental, Rusia y Japón, influenza en Londres.
1896—Cólera en Egipto.
1897 — Tifoidea en Irlanda, psitacosis en Viena, peste en India, cólera en Egipto y fiebre amarilla en Nueva Orleans.
1898 — Plaga en India, casos de peste en Viena; tifoidea, fiebre amarilla, etc. en la guerra de Cuba.
1899 — Casos de peste en Oporto, plaga en India y Oriente, casos en Santos, Brasil, primera vez en América.
1900 — Influenza en Europa, peste en Rusia, Turquía, Austria, Argentina; tifoidea en París y Belfast; enfermedad de Weil en Roma y viruela en New York.
1901 —Mucha viruela en E. U. y en París, casos de peste en San Francisco con amenaza a todo el mundo. Se combate con medios racionales la fiebre amarilla.
1902— Guerra anglo-boer, mucha tifoidea, primera vacuna preventiva; (Oficina Pan-Americana en Washington); primeros casos de fiebre rocosa en E. U.; focos de peste en casi todo el mundo (desde el 92 causó 12 millones de muertes en China e India), en México con amenaza a Cuba.
1903— Tifo en Portugal, sigue la plaga en California, fiebre amarilla en México, viruela en Liverpool.
1904 — Brotes de cólera en Persia, neumonía en New York (80.000 muertos al año como promedio), primer caso de tularemia en E. U. en San Diego, dengue en Beyrut, la peste causó en el año más de un millón de muertes y en 1900 sólo 92,700.
1905—Mucho tétanos en los heridos de la guerra ruso- japonesa y gangrena gaseosa, fiebre amarilla en Panamá y Nueva Orleans, plaga y dengue en Australia, mueren todos los años un millón por peste en la India, brotes de tifo en Europa y Estados Unidos, casos de cólera en Alemania, tifoidea en New York (70,000 casos), mucha viruela en España (de 1901 a 1905, 21,226 muertes por ella).
1906 — Fiebre amarilla en Luisiana, peste en Australia, Canarias, Río de Janeiro y Egipto; tifo en Escocia.
1907— Casos de tularemia en Arizona, tifo en Glasgow, fiebre miliaren Francia, cólera en Rusia y Oriente Medio y poliomelitis en E. U.
1908— Peste en Indochina y Asia, influenza en Inglaterra, cólera en Trieste, poliomelitis en Viena, mueren en Rusia 15,000 coléricos.
1909— Tifo en París, peste en Marruecos, tifoidea en Cheburgo y 106,000 muertos por cólera en Rusia.
1910— Tifo en Francia, Alemania y Noruega, 10,000 muertes por peste en Manchurria y 100,000 en Rusia por el cólera que también afectó a Manila.
1911— Anginas malignas en Boston y Chicago, tifo en Francia, cólera en Turquía, Italia, Cataluña y casos en New York.
1912 — Peste en Puerto Rico y Cuba, de Canarias, donde habían casos desde 1906, peste en Manila.
1913— Casos de peste en distintos lugares del mundo y tifo en Suecia.
1914— Estalla la primera gran guerra. Tifoidea en Barcelona, influenza en Inglaterra y poliomelitis en Vermont, E. U.
1915 — Influenza en Inglaterra, tifo (mueren 150,000 en Silecia y 30,000 prisioneros austríacos en Servia), disentería en Galípoli, tifo en París, aparece la fiebre de trincheras, peste en Senegal.
1916—Poliomelitis en E. U. (29,000 casos con 6,000 defunciones), influenza en Inglaterra y en E. U. primer brote de encefalitis letárgica en Viena. epidemia de pénfigo del recién nacido en Chicago y tifoidea en México.
1917 — Mucha pelagra al sur de E.U., encefalomielitis en Australia, boca y fiebre de trinchera en Europa, cólera en Galitzia (17,000 muertes), tifo en Balcanes y en el campo de concentración de Jackson, E. II.
1918— Tifo en los Balkanes, poliomelitís en Francia e Inglaterra; primer caso de encefalitis letárgica en New York, cólera en Moscú, paludismo en Macedonia, se inicia una pandemia mundial de influenza, cesa la guerra.
1919— Azota la influenza todo el mundo (forma nerviosa, pulmonar y septicémica), ataca a los jóvenes y fuertes, causa 40 millones de defunciones (7 millones en la India), la peor epidemia del siglo, en E.U. murieron 482 médicos y en España 200; tifo en Macedonia (51,000 casos), foco de peste en California.
1920— En los primeros meses nueva epidemia de influenza, tifoidea en Madrid, viruela en Filipinas peste en Manchuria menos grave que la de 1910, en París 95 casos de peste y cólera en China occidental, últimas pandemias de tifo.
1921— Mueren en España 5,000 tíficos cada año, peste en Tampico, viruela en E. U. (más de cien mil casos), ictericia infecciosa en New York y poliomielitis en Estados Unidos.
1922— Tifo en Madrid, influenza en Europa y dengue en Estados Unidos.
1923— Tifo en Alemania, dengue en Luisiana, encefalitis en distintos países y casos de bubónica que mata en India a medio millón de habitantes.
1924 — Encefalitis epidémica en Inglaterra, continúan los casos de peste en California desde 1900, brote de enfermedad de Hap, Prusia Oriental, por ingestión de pescado descompuesto.
1925 —Ultimo brote de botulismo en E. U., influenza en E. U. y Japón; (se profundizan los estudios de insectos vectores de enfermedades).
1926— Aumentan los casos de tularemia, rara epidemia de “astenia artriticun en Mass, E. U., viruela en Florida y cólera en Shangai.
1927— Aumenta la brucelosis en E. U. (217 casos), brotes de gastroenteritis por salmonela en E. U., influenza benigna en Europa y E. U. tifoidea en Montreal y cólera en Rusia.
1928 — Fiebre amarilla en Brasil que estaba libre desde 1907, fiebre amarilla en Dakar; influenza en muchos lugares y dengue en Andalucía.
1929— Influenza benigna en Europa, dengue en Atenas, en España mueren 50,000 tuberculosos al año; peste en Ecuador y Perú y fiebre amarilla en Venezuela.
1930— Meningitis meningocónica en Detrot, E. U.; pleurodina en Dinamarca, polineuritis en E. UL, peste en Túnez, tifo en Sonora y viruela en México, peste en Marsella y aumento de la fiebre ondulante en E. U.
1931— Influenza en E. U., poliomelitis en E. UL, aumenta la difteria en Europa.
1932 — Fiebre miliar en Rusia, más tifo en E. U. (831 casos), cólera en China y Filipinas, aumenta el paludismo en E.U., fiebre amarilla en Bolivia, nuevos tipos. 1933 — Influenza en Inglaterra, encefalitis especial en San Luis, E. U., amebiasis en Chicago, poliomelitis en California.
1934 — Influenza mundial benigna, dengue en Florida y encefalitis en Japón.
1935 — Tifo en E. U. (1.200 casos), encefalitis en Japón, influenza.
1936 — Mucha diarrea en el verano y viruela en E. U. (8.000 casos), desde el 19, once brotes de influenza en Europa, brote de fiebre amarilla en la fundación Rockefeller, New York. (Se inicia la guerra en España).
1937 — Influenza en Europa, aumenta la difteria en Alemania y en Estados Unidos.
1938— Epidemia de kerato-conjuntivitis en Berlín, brotes de difteria grave en Alemania, Inglaterra y Australia. viruela en E. U. (15,000 casos), psitacosis en Viena. primeros brotes de neumonía atípica en Estados Unidos, paludismo en Brasil.
1939— Aumenta la difteria y el tifo en Europa, Cesa la guerra en España, pocas enfermedades, lo mismo que en la campaña de Abisinia. Se inicia la segunda gran guerra mundial.
1940 — Dengue en Filipinas, influenza en Londres, desde 1910 ocurrieron en Estados Unidos 500 casos de peste con 314 muertes.
1941— En E. U. epidemias de nuevos tipos de influenza, encefalitis en Dakota, Nebrasca, Estados Unidos, y tifo en España.
1942— Tifo en España, malario en Delhi, India, pleurodinia en Brooklyn, E. U., mucha hepatitis infecciosa en la guerra (se confundió, en la del 14, con la enfermedad de Weil), disminuye la tifoidea en todas partes.
1943— Fiebre amarilla en Venezuela, tifo en el Cairo, la difteria ataca más a los mayores, peste al noreste del Brasil, influenza al final de año, tifo en Europa Oriental.
1944— Desde el año 20 seis brotes de influenza en E. U. (el tipo A con periodicidad de 2 a 3 años y el tipo B, de 4 a 6), tifus en distintos lugares.
1945— En Europa: influenza, tuberculosis, difteria, tifoidea, poliomielitis e ictero contagioso. Brote peste en Italia, de encefalitis en Okinawa y termina la gran guerra. Los norteamericanos con un ejército de 11 millones de hombres tuvieron los siguientes casos: disentería 756,849, malaria 572,950, hepatitis infecciosa 191,574 dengue 121,608; no hubo grandes epidemias.
1946— Influenza en Inglaterra, meningitis meningocóccas San Luis, México; mucha difteria en la costa del Pacífico, E.U. Fallecieron en la gran guerra 590 médicos americanos. Brote de fiebre Q en Tejas. Desde el 25 muy pocos casos de cólera, viruela y fiebre amarilla en Europa, cólera en Corea.
1947 — Poca tifoidea en E. U., más difteria, brote de poliomielitis en Inglaterra, peste en Jaffa, Palestina; mucha tuberculosis en Alaska, cólera en Egipto, poliomielitis en Berlín.
1948 — Casos de schistosomiasis cerebral en E. U., Enfermedad del sueño en Nigeria, allí nuevas enfermedades (fiebre buyammera y una meningo encefalitis especial). El cólera acorralado en Oriente mata cada año a seis millones de personas.
1949 — Influenza en Francia e Inglaterra, viruela, tifo y peste en Colombia y Brasil, viruela y fiebre amarilla al norte de América del Sur, peste y viruela en Ecuador, en el año 50,000 casos de poliomelitis en E. U.
1950 — Mortalidad en E. U.: 9.9 por mil, brotes de fiebre amarilla, viruela y brucelosis en países de América del Sur, casos de peste en Nuevo México, influenza en E. U., cólera y viruela en India y Birmania, viruela en Chile, fiebre amarilla en Panamá, sólo 59 casos de viruela en E.U., brotes de viruela en Venezuela.
1951—Influenza en Europa, más en Inglaterra; influenza en E. U., cólera y viruela en Calcuta y casos de peste al sur de E. U.; mucha influenza en Puerto Rico peste en Venezuela y Costa Rica, pleurodinia en Texas, fiebre amarilla en Costa Rica (sin aedes egipti), casos de tifo en Corea y fiebre manchuriana (guerra), tifo al sur de Italia.
1952 — Brotes de influenza en el Medio Oeste de E. U., epidemias de fiebre aftosa en el ganado en Europa, Canadá, etc.; influenza en Shangtum, China; influenza en Berlín, peste en las tropas comunistas de Corea, cólera en Calcuta, cuatro millones de leprosos en el mundo. Fiebre amarilla en Brasil y viruela en Ecuador. Poliomielitis en Tejas.
Podemos seguir mencionando cada uno de los años, pero también hubo un cambio en la percepción de las enfermedades, en el control de ellas, aumentó la tecnología y se modernizaron los medicamentos, sin embargo aunque se lograron combatir con éxito muchas enfermedades, otras han regresado más fuertes, más resistentes a los antibióticos actuales y cuando de virus se trata, nuevas cepas surgen de los virus ya conocidos con nuevas características que causan de nuevo una gran cantidad de personas fallecidas por sus causas, como fue la del SARS-Cov y Ahora el SARS COV-II causante del COVID-19, pero hemos tenido otras pandemias recientes como la del H1N1 o epidemias como el Ébola.
Lo que ha permitido su mayor propagación es la forma en que ahora nos movemos, el viajar en avión es mucho más rápido que hace 100 años, donde muchos de los contagiados por alguna enfermedad se transportaban en barcos, pasando el periodo de enfermedad y su recuperación o su muerte en el mismo viaje, mientras que ahora el portador causa el contagio y será hasta días después que se manifiesten los ´síntomas, lo que hace que se propague la infección mucho más rápido y en forma exponencial.
Hablemos de la influenza de 1918 que causó tantas muertes, en su mayoría gente joven y fuerte, el nombre de influenza fue acuñado en Florencia, Italia, durante una terrible peste ocurrida en 1357, en la que esta enfermedad fue atribuida a la “influencia perniciosa” de los astros.
Llegó a América en noviembre de 1493 la primera gripe o influenza, y parece haber sido de carácter zoonótico, pues los caballos y los cerdos que embarcó Colón en la isla Canaria de La Gomera, en su segundo viaje a América, enfermaron de un proceso respiratorio identificable aparentemente con la influenza, que afectó también a algunos tripulantes, entre ellos el propio Cristóbal Colón.
LA INFLUENZA DE 1918
Tiene mucha similitud en cuanto a las afectaciones a un grupo específico de edad y distinción por sexo, con la actual pandemia de coronavirus , pero diferente grupo vulnerable con el COVID-19, fue rápida y su efecto fue desigual, el área más afectada fue las islas del Pacífico, en Asia. La epidemia arrasó con varias comunidades y desapareció tan rápido como llegó. Los reportes coinciden en lo desastroso del evento. Los médicos, los servicios de salud, los de la comunidad y los funerarios se vieron rebasados. Se acondicionaron escuelas, galerones o cualquier edificación útil para alojar al enorme número de enfermos en camastros, totalmente hacinados.
El número de doctores y enfermeras fue insuficiente, sobre todo si tomamos en cuenta que gran parte de ellos se había trasladado a Europa para ofrecer sus servicios a causa de la guerra (Lezzoni, 1999: 83–85). Los adultos jóvenes y aparentemente sanos, sufrieron la más alta mortalidad, a diferencia de otros brotes de influenza estacional que afectaban a los niños, a los viejos y a los enfermos crónicos (Barnes, 2005; Crosby, 1976). La mayor parte de las muertes fue atribuida a la neumonía, ya fuera directamente provocada por el virus o por una infección secundaria de otro patógeno.
Ahora sabemos que la pandemia, que ha sido plenamente documentada, fue causada por un virus tipo A (H1N1). Fue mal llamada gripe española, muerte púrpura o peste roja, como se le denominó en México, en la prensa de 1918. El subtipo de influenza A (H1N1) se introduce rápidamente al pulmón y ataca el tejido pulmonar, causando hemorragia en el área y la muerte dentro de las 48 horas siguientes. De ahí que los enfermos sangren por la nariz o al escupir.
La epidemia se originó en Estados Unidos en el Fuerte Riley, el 11 de marzo de 1918, cuando el soldado Albert Gitchell, cocinero, mostró signos de fiebre, tos y dolor de cabeza, lo que parecía una simple gripe. Esa misma noche se registraron 107 enfermos en el Fuerte y al final de la semana 522 presentaban los mismos síntomas (Lezzoni, 1999: 23). En el hemisferio norte la epidemia ocurrió en tres olas. En la primera, en primavera (marzo– abril), se reconocieron los primeros enfermos, entre trabajadores y soldados, en varias lugares de Estados Unidos. La nueva cepa de influenza pudo proceder de China, y entrar al país con la migración de trabajadores orientales para la construcción del ferrocaril (Crosby, 1976).
En Europa la diseminación de la influenza se ha atribuido a las tropas enviadas desde Kansas a Francia para participar en la Primera Guerra Mundial. Muchos soldados enfermos abordaron los barcos y se considera que 20% de ellos murió durante el viaje. En abril apareció la epidemia en el continente, en un campo militar estadounidense cerca de Bordeaux. La mayoría de las muertes en ese primer brote se dieron entre los soldados de los campos militares. Quizá el perfil de la mortalidad esté afectado por este hecho, ya que todas las fuentes concuerdan en las características de “jóvenes y sanos” de las víctimas. Para el mes de mayo la enfermedad se había esparcido entre las tropas inglesas y alemanas a través de toda Europa. Las circunstancias mundiales relativas al comercio marítimo y terrestre, por medio del ferrocarril, es uno de los elementos a considerar respecto de la diseminación y el rápido contagio del virus.
Los efectos sociales y económicos se produjeron a partir del cierre de escuelas, empresas e instituciones públicas que debieron ser clausuradas por la falta de empleados que las atendieran. Los gobiernos locales desalentaron las reuniones públicas y aconsejaron a las personas permanecer en sus casas. La población no mostró signos de pánico, pues al parecer estaban familiarizados con los brotes de influenza que habían sucedido cada año desde 1800 (Barnes, 2005: 344).
La segunda oleada tuvo peores consecuencias debido a su mayor virulencia y letalidad. De hecho, se cree que posiblemente el virus mutó en Europa, lo que explicaría la alta morbilidad, dado que los individuos no contaban con un sistema inmunológico que los defendiera de esta nueva cepa. En el otoño de 1918 la enfermedad alcanzó su pico, y atacó por igual a civiles y militares (octubre–noviembre).
Las tasas de morbilidad y letalidad se incrementaron hacia el final de este brote, en noviembre, lo cual coincidió con el fin de la guerra. En enero, el virus volvió a cobrar fuerza y se mantuvo durante el siguiente mes, para desaparecer después tan repentinamente como surgió. Los registros de muerte por la epidemia durante la segunda oleada en grandes ciudades como Nueva York, Londres, París y Berlín presentan las mismas curvas: la epidemia se inició de manera casi simultánea en octubre y a finales de noviembre de 1918 había terminado.
Como ya se dijo, en España la primera oleada de la pandemia abarcó los meses de mayo y junio, y las zonas más afectadas fueron Extremadura, Andalucía y la mitad sur de la Meseta Central. La segunda oleada aconteció durante los meses de septiembre a diciembre, y durante ella se observan dos rutas de diseminación relacionadas con las líneas del ferrocarril: Port Bou, que propagó la epidemia desde Cataluña a Almería; y la ruta de Irún a Medina del Campo. El principal vector en la transmisión de la enfermedad fue el constante movimiento de trabajadores y del personal militar. La tercera oleada, que al parecer fue menos explosiva, duró de enero a junio de 1919 (Herrera Rodríguez, 1996: 31–32).
La epidemia de influenza de 1918 no solo afectó a la población mundial, sino que se diseminó en algunas granjas de cerdos de Estados Unidos, en las que murieron centenares de animales, lo cual afectó esta rama productiva. La infección pasaba de los animales a los granjeros, y sucedió así de manera continua durante ese año. El virus quedó firmemente establecido en el grupo porcino de Norteamérica bajo la forma de una infección moderada y silenciosa (Crosby, 1976).
LA INFLUENZA EN MÉXICO
La epidemia se presentó en México durante la segunda ola, en octubre de 1918; primero atacó las poblaciones del norte y se extendió a lo largo del país con gran velocidad. Las vías de entrada fueron el ferrocarril y los barcos. Al parecer algunos contagiados llegaron en el Alfonso XIII, que atracó en Veracruz a principios de octubre, y fueron sometidos a cuarentena. A la par, la influenza, como se dijo, ingresó por el norte; se reportaron casos en Nuevo León, Tamaulipas y Coahuila. Para el 8 de octubre, tan sólo en el área de Laredo Texas y Tamaulipas se calculaba que había 12,000 enfermos (Netzahualcoyotzi, 2003: 69–70).
Las cifras del 24 de octubre alcanzan un total de 60,000 contagiados en el país. La prensa declaró entre 1, 500 y 2,000 muertes diarias en México. De acuerdo con estos reportes, el número de enfermos en las poblaciones, ciudades y algunos estados oscilaba entre 30 a 200 contagiados diarios. En el relato de Enrique Duarte sobre San Pedro de la Cueva, Sonora, se indica que la epidemia empezó a fines de octubre, cuando enfermó el niño Pastor Romero y a los tres días murió; al día siguiente enfermaron su hermano y la madre, quienes también fallecieron. Su casa fue puesta en cuarentena; no obstante la medida, todo el pueblo se contagió. Para finales de enero la epidemia se extinguió, habiendo dejado a su paso 150 muertos, la mayoría de ellos jóvenes. En otros poblados cercanos también hubo gran mortandad, como en Batuc, donde fallecieron 90 personas, en Tepupa, 60, y en Suaqui, 110.
En Tlaxcala murió un total de 9,448 personas; 4,208 hombres y 5,240 mujeres (Netzahualcoyotzi, 2003). En general, se reporta que el número de víctimas mujeres excede al de los hombres: “continúa en aumento la mortalidad, correspondiendo a las mujeres el 60% de defunciones. muriendo la totalidad de las señoras jóvenes que enferman”.
El 5 de noviembre se publicó en la primera plana de El Demócrata la siguiente noticia: “La mortalidad en México aumentó un 200% en octubre”. La causa dominante de este aumento en el número de defunciones fue la llamada “influenza española”. Las causas de las defunciones declaradas eran, en su mayoría, gripe y neumonía, seguidas de bronconeumonía y bronquitis, todas afecciones respiratorias de gravedad.
Durante la epidemia de 1918, el grupo de edad que presentó mayor letalidad fue el de los jóvenes de entre 20 y 40 años, tanto en Estados Unidos como en la ciudad de México. También en España, específicamente en Cádiz, 72.04% de las muertes atribuidas a la gripe fue de personas menores de 40 años (Herrera Rodríguez, 1997: 128).
Existen tres tipos de virus relacionados con la influenza: A, B y C. Sin embargo, el tipo causante de las pandemias ha sido el A. Este grupo, al contrario de los otros dos, se caracteriza por enfermar no sólo a los seres humanos, sino también a animales (caballos, aves o cerdos). Además, se aloja en patos silvestres, los cuales no sufren daño pero se convierten en reservorios que incuban la influenza y permiten mutaciones del virus (Garret, 2009; Barnes, 2005: 343; Taubenberger y Morens, 2006). La influenza tipo A muta con facilidad, ya que la replicación de su RNA (ácido ribonucleico) no tiene ningún sistema de control que regule la exactitud de sus copias y sus genes se unen con facilidad al de otras variedades del virus.
Los tipos de influenza operan independientemente uno de otro, y la infección con uno de ellos no confiere inmunidad para los otros. Los tres tipos tienen el mismo genoma básico de RNA y se encuentran protegidos por una envoltura de lípidos derivada de la membrana exterior de las células. El virus adquiere esta membrana cuando, recién formado, brota de las células infectadas (Barnes, 2005: 339).
Como sucede en la actualidad con los medios informativos electrónicos y televisivos, el periódico era en ese entonces el principal medio de difusión para dar a conocer el origen de la epidemia y prevenir su impacto. Sin embargo, la prensa de 1918 fue más crítica con el gobierno y cuestionó su respuesta tardía para hacer frente a la pandemia, así como su ineficacia en el aseo de calles, el cierre de escuelas y la vigilancia sanitaria.
Como ya se dijo, la influenza de 1918 se denominó española debido a que la prensa de ese país difundió amplias noticias sobre la pandemia, mientras en otros países se ocultó la información, misma situación que se vive actualmente donde diversos gobiernos tratan de ocultar información o niegan completamente la existencia de la enfermedad y una manera muy fácil de ocultarla es la de no realizar pruebas que confirmen oficialmente las personas infectadas.
En el caso de la prensa en la ciudad de México, ésta también cuestionó la lentitud del gobierno en la aplicación de las medidas sanitarias, la cual fue considerada como la causante de la rápida diseminación de la pandemia en la capital.
Los medios impresos, sobre todo El Nacional, criticaron también que no era fácil conocer las cifras de enfermos y muertos, principalmente durante el periodo más álgido de la epidemia. Quizá hubo censura por parte del Ministerio de Salud para dar a la luz pública los datos de enfermos y muertos de los hospitales.
Los profesionales de los medios informativos recurrieron a algunos directores o encargados de los cementerios para conocer el número y la causa de los decesos durante los días más críticos de la enfermedad. No obstante, a pesar de todas estas dificultades, las fuentes periodísticas ofrecen información muy valiosa con cuadros estadísticos, en los que se informa sobre el número de muertos y enfermos por hospitales y demarcaciones.
La lectura de la prensa también permite conocer que el manejo de la emergencia sanitaria se centralizó en tres instancias: el Consejo Superior de Salubridad, el Gobernador del Distrito y el Ayuntamiento. Un año antes de la epidemia, en 1917, se reorganizaron los servicios sanitarios y los programas de salud pública, en los cuales se puso mayor énfasis en la importancia de la intervención médica y estatal en la reglamentación sanitaria (Agostoni, 2005: 188). Sin embargo, el brote de influenza de 1918 puso a prueba todas las medidas de higiene y salubridad.
Uno de los aspectos que nos sorprendió fue el hecho de que encontramos pocas referencias sobre la intervención del presidente en el manejo de la emergencia, quizá debido a la difícil situación política y militar señalada.
Los asuntos de sanidad eran responsabilidad de las autoridades locales. Para su actuación se disponía de los Códigos Sanitarios de fines del siglo XIX y principios del XX, los cuales especificaban que para prevenir el contagio de cualquier epidemia se debía efectuar el aislamiento, la cuarentena, la vacunación y la desinfección, así como las medidas impuestas por los higienistas de la época (Agostoni, 2005: 172). Estas acciones se realizaron de manera inmediata a partir del brote de gripe de 1918.
La primera medida de prevención ante la epidemia fue suspender las comunicaciones por tren entre las poblaciones infectadas y aquellas en las que todavía no se habían presentado casos de influenza.
Las medidas de control también ordenaban reportar los casos de influenza en los hoteles, casas de huéspedes y colegios. Los enfermos de influenza debían ser recluidos en el Hospital General o en los consultorios de Beneficencia. Se señalaba que los “menesterosos”, por miedo a la exclusión, se escondían en sus domicilios sin dar aviso a las autoridades, por lo que se ordenó que los agentes especiales del Consejo de Salubridad recorrieran las vecindades de los barrios para indagar si había enfermos de gripe para internarlos “forzosamente en el Hospital General”.
Sin embargo, muy pronto los hospitales se vieron saturados y les faltó camas para atender a tantos pacientes. Los comisarios de policía, quienes también estaban encargados de canalizar a los enfermos, no sabían qué hacer debido a que los hospitales les negaron la atención por falta de capacidad. Ésta era la realidad, aunque el gobierno conminó a la sociedad a que reportara al Departamento de Salubridad cualquier enfermo de calentura y catarro. Por ningún motivo el enfermo debía salir a la calle. Transgredir esta disposición era objeto de multa: desde 5.00 a 500.00 pesos, o el arresto correspondiente. Por su parte, el Departamento de Salubridad giró la siguiente orden a los ayuntamientos de las ciudades:
a) En las localidades con enfermos de influenza se procederá a la clausura de todos los centros de reunión: cines, teatros, clubes, escuelas, cantinas, pulquerías. Las autoridades militares debían ser las encargadas de aislar a los enfermos.
b) Suspensión del tráfico en las calles de las 11 p.m. a las 4 a.m. Se castigaría a los infractores con una multa de 5.00 pesos. En esas horas se llevará a cabo el aseo de las calles “precedido del riego”.
En el ámbito del hogar también se recomendaron las siguientes medidas: Los que cuidan a los enfermos debían usar tapones de algodón en las ventanas de la nariz, además se recomendaba usar soluciones de creolina al 5%, ácido fénico al 3% o solución de sublimado al 1% para desinfectar las manos.
A los “atacados” por la pandemia se aconsejaba el uso de la quinina a la dosis de 0.75 a 1 gramo, para los adultos, y de 0.15 a 0.25 para los niños. En la prensa también circularon notas para prevenir la epidemia, como el uso de vacunas preparadas con bacterias de los gérmenes productores de la referida enfermedad. Es difícil saber la efectividad de la vacuna, aunque había sido recomendada por facultativos de Estados Unidos.
Del mismo modo, se ordenaba fumigar con ácido sulfuroso o vapores de formalina las habitaciones en donde hubieren estado los enfermos. Los pañuelos usados por éstos debían sumergirse en soluciones de creolina o ácido fénico, y si no con agua hirviendo. Se recomendaba no utilizar los vasos, cubiertos ni servilletas de los enfermos, y no acostarse en su lecho. Se prohibía visitar a los enfermos y a los familiares. En la higiene personal se recomendaba asear la boca dos veces al día con agua oxigenada o solución de ácido fénico, así como desinfectar la nariz con mezclas de ácido bórico, mentol y vaselina líquida. Para aquellos que no podían acudir al médico, se recomendaba el uso de la quinina con un poco de vino. Finalmente, se daban dos últimas recomendaciones: “Evitar todos los excesos que puedan debilitar el organismo” y evitar exponerse a los enfriamientos.
Como vemos el distanciamiento social, el aislamiento y el uso continuo de jabón y desinfectantes son los mismos que se recomiendan ahora, pero también encontramos los mismos errores, la falta de acción inmediata del gobierno, el ocultamiento de la verdad, la resistencia de las personas a permanecer en casa, por lo que no es de extrañarse que se pueda dar la aplicación del código penal por el riesgo de contagio deliberado y se hagan acreedores a las sanciones de pérdida de la libertad o prisión y multas considerables por poner en riesgo a los demás. El toque de queda sería una de las medidas próximas a aplicar.
El regidor del ramo de Mercados giró instrucciones para que estos espacios se regaran con creolina. En cada uno de los tanques regadores se debía verter una buena dosis de sustancia desinfectante y con esa solución se regarían todas las calles de la ciudad por lo menos cada 24 horas. También se recomendaba incinerar los montones de basura de las calles, ya que eran focos infecciosos. Del mismo modo, en los medios impresos aparecieron constantes recomendaciones de barrer y regar las calles con creolina cada 24 horas, así como instrucciones a los establecimientos de frutas y venta de comida al aire libre. De manera insistente se solicitaba cubrir los alimentos con vitrinas para evitar su contaminación. A quienes transgredieran estas medidas se les aplicarían severas penas. Tal disposición se apoyaba en el argumento de que en el polvo podía haber gérmenes del contagio. Al respecto, algunos médicos recomendaban a la población no ingerir alimentos al aire libre, ya que podían contaminarse por el polvo que contenía microbios y organismos dañinos (Agostoni, 2005: 183).
Conforme avanzó el contagio, el acceso a las medicinas empeoró. A mediados de octubre las droguerías de la capital dejaron de vender medicamentos al por mayor; sólo se vendían cantidades pequeñas y a precios elevados, aunque desde el inicio de la epidemia se señaló que habían aumentado los precios de los medicamentos.
Aún cuando los primeros días de octubre las autoridades minimizaron el impacto mortífero de la pandemia en la ciudad de México, la prensa empezó a cuestionar estas afirmaciones, ya que la enfermedad estaba siendo tan catastrófica como en las ciudades del norte, (Laredo, Ciudad González, Torreón, Gómez Palacio, Monterrey), así como en Puebla y Córdoba. Los periódicos tomaron nota de varios médicos eminentes, quienes señalaban que el departamento sanitario debía actuar de manera más enérgica en “pro de la salubridad pública”.
El Departamento de Salubridad emitió una “serie de prescripciones y advertencias para la curación del terrible mal, así como para preservarse de él”. Entre estas medidas destacaban los impresos en los que se recomendaba no saludar estrechando la mano. Algunas casas comerciales y despachos comenzaron a colgar letreros que decían: “¡No dé usted la mano!”. En el periódico también se enlistaron algunos procedimientos para combatir la influenza:
1. La influenza es un mal que se propaga en las aglomeraciones, por lo que evite estar en cines, teatros y lugares de reunión mal ventilados.
2. Sofoque sus estornudos y su tos con un pañuelo
3. Todas las Naciones Civilizadas tienen leyes prohibiendo escupir el suelo. Obsérvelas, por algo han sido promulgadas.
4. El saludo, entre hombres, dando la mano y entre mujeres con el beso, es un modo muy eficaz de transmitir el microbio. Adopte un saludo higiénico.
5. Su nariz, no su boca, sirve para respirar. ¡ÚSELA! Veinte inspiraciones profundas al día le darán salud.
6. Ventile las habitaciones, evite excesos y haga ejercicios tres horas a la semana para destruir los gérmenes.
Por su parte, El Universal también recomendó ciertos hábitos higiénicos para prevenir la influenza: Alejarse de toda persona que estornude, tosa y escupa sin pañuelo. Evitar sitios muy concurridos. No usar los platos o toallas utilizadas por otras personas, a menos que hayan sido lavadas con agua hirviendo. No poner los labios en las bocinas de teléfonos, ni llevarse a la boca los lápices o cualquier objeto utilizado por otra persona. Estar al aire libre y a la luz del sol el mayor tiempo posible, utilizando ropa bien abrigada. Dormir en cuartos ventilados, caminar en vez de usar el tranvía, lavarse la cara y las manos cuando se llegue a casa. En caso de enfermedad, acostarse, permanecer aislado y llamar de inmediato al médico.
Entre las medidas de prevención implementadas por el gobierno figuraba el cierre de iglesias, cines, teatros, centros de reunión y escuelas. Sin embargo, la suspensión de las actividades escolares no fue inmediata y a principios de noviembre el periódico El Nacional todavía insistía en la necesidad de cerrar colegios, porque se habían presentado casos de influenza. También se dispuso enviar brigadas sanitarias a diversas regiones del país. Los trenes debían desinfectarse, ya que constituían un medio de contagio debido a que “era inevitable el contacto con personas sucias y que han estado al lado de los enfermos”. Por tal circunstancia se recomendó aislar a los enfermos pobres en el parque de Valbuena, propiedad del Ayuntamiento, donde se podrían construir jacalones para aislarlos en condiciones higiénicas. En respuesta a los códigos sanitarios, los lazaretos cumplían la función de recluir y aislar a los “atacados” o “epidemiados”.
El propósito del Departamento de Salubridad era construir más lazaretos. Como se observa, había una tendencia a asociar la pobreza y la suciedad con la epidemia. Sin embargo, ésta no respetó género, edad ni posición social. El día 26 de octubre falleció a causa de la enfermedad el diputado Aniceto Ortega, por lo que se acordó enlutar por tres días la tribuna y otorgar a la viuda un subsidio de 2 mil pesos. Unos días después murió otro diputado, Juan Manuel Giffard, constituyente, y que ocupó el puesto de oficial mayor del Gobierno del Estado de México. Otra pérdida famosa fue la de Quinito Velarde, el popular compositor español autor de más de 250 zarzuelas y que tenía poco de residir en México.
Los días prosiguieron y los casos de influenza aumentaron en la capital del país, a pesar de la emisión de los decretos y las disposiciones generales. El periódico El Nacional fue muy crítico con el Ayuntamiento y el Consejo Superior de Salubridad, ya que a un mes del contagio no se regaban las calles, no se habían clausurado las escuelas, ni las pulquerías y cantinas, ni se había retirado de las calles a los vendedores de frutos y comestibles callejeros. Tampoco había expendios de medicina.
A fines de octubre, en el foco de la infección, la villa de Guadalupe Hidalgo, donde se manifestaron los primeros soldados enfermos, se reportaba el mayor número de casos graves y casi todos mortales. Los días más crudos de la epidemia, en los cuales se acrecentó aún más el número de víctimas, ocurrieron a fines de octubre. En el Hospital General, de un ingreso de 200 enfermos ya habían muerto 43. Debido al gran número de muertos se estaba abriendo una zanja cerca del Panteón de Santa Paula, donde se habían enterrado cadáveres durante una epidemia de cólera a mediados del siglo XIX.
En ocasión de la influenza de 1918, la población estaba alarmada por el temor de que “las miasmas fueran a aumentar las probabilidades de contraer la gripe”. Para ese tiempo se había desarrollado un amplio conocimiento en torno a los microorganismos como causantes de enfermedades, al que se le denominó teoría de los gérmenes (Greenblatt y Spigelman, 2003; Taubenberger y Reid, 2002: 202). Se consideraba que algunos padecimientos eran provocados por microorganismos que se encontraban en el aire y el agua, producto de padecimientos previos (Agostoni, 2005: 169). Es interesante señalar cómo en la nota periodística aún aparecía la denominación más antigua de “miasmas”, la cual derivaba de la teoría miasmática o ambientalista, prevaleciente a mediados del siglo XIX. Esta teoría sostenía que el origen de muchos padecimientos se encontraba en la suciedad, los malos olores y el material fecal. A fines del siglo XIX las palabras miasmas, emanaciones y efluvios, muy citadas en la prensa, fueron sustituidas por otras denominaciones como gérmenes, microbios y bacterias (ibid: 170).
Además de que la prensa criticó al gobierno porque no había regado las calles, incinerado la basura ni desinfectado los tranvías, también lo increpó por su ineficiencia para regular los enterramientos.
En las calles de la ciudad se estaban amontonando numerosos féretros “con cadáveres en espera de la gaveta”. Ante este tipo de escenarios y el avance incontenible de la epidemia, comenzaron de nuevo las acciones altruistas. Por su parte, la Cruz Roja enviaba a su personal a atender a los enfermos, aunque no les permitía a estos últimos el acceso a sus instalaciones por el temor al contagio.
Ante tantos enfermos, muertos y más muertos, los periódicos advirtieron que:
México no estaba ni remotamente preparado, desde el punto de vista sanitario, para evitar una pandemia actual. Las insalubres costumbres que el Ayuntamiento no ha cuidado desterrar, tales como impedir que se expandan dulces expuestos a todas las intemperies y cubierto de polvo impregnado de microbios; la venta de carnes en los pavimentos, sobre sucios tapetes, la venta de pan y de frutas en iguales condiciones, el desaseo innato del pueblo, la acumulación de basura en las calles, son cosas que debieron combatirse con tenacidad.
Las colonias y barrios con mayor número de casos fueron Tacuba, Tlanepantla y Azcapotzalco. Los médicos y boticas eran insuficientes para asistir a los enfermos. En virtud de que los que corrían mayor riesgo eran el personal médico y las enfermeras, se recomendó que usaran mascarillas, las cuales brindaban más protección porque estaban hechas de tela compacta y empapada en un antiséptico. El uso de mascarillas también fue recomendado a los sepultureros y empleados de panteones. Ante el embate de la epidemia se hacían rogativas diariamente. Ésta comenzó a disminuir lentamente en la segunda quincena de noviembre. De acuerdo con una nota periodística del 4 de diciembre de 1918, la epidemia había terminado ya que, según los datos del Registro Civil, sólo habían fallecido 42 personas: 5 por gripe, 3 a causa de la bronquitis, 3 por bronconeumonía, 4 por neumonía y 23 por otras enfermedades.
A fines de noviembre El Nacional publicó la siguiente nota: “Este periódico fue el primero en dar la voz de alarma al acercarse la terrible epidemia de ‘influenza española’, dando al asunto la importancia que merecía y por lo cual algunos colegas nos llamaron amarillistas”. Después los demás medios se pusieron a tono. Ahora El Nacional anunciaba que la terrible epidemia casi había terminado, ya que de acuerdo con la Sección de Estadísticas del Ayuntamiento se comprobaba que la mortalidad había vuelto a su curso normal. Los cálculos también procedían del registro de inhumaciones efectuadas en los panteones de la ciudad, principalmente del panteón Dolores, en el que se observa una notable disminución. A partir de esta fecha comenzaron a aparecer cuadros estadísticos con las muertes provocadas por: gripa, bronquitis, neumonía, enteritis y otras enfermedades.
Los casos de influenza comenzaron a descender en la primera quincena de diciembre o por lo menos disminuyó su virulencia, debido quizá a que mejoraron las condiciones climatológicas; pero el invierno estaba próximo y en enero se presentó el segundo brote de la enfermedad, hecho que requiere investigarse más. Nos resulta difícil establecer si las medidas sanitarias del Ayuntamiento fueron efectivas y lograron frenar el contagio, así como evaluar el papel de la prensa en la concientización de la sociedad al difundir hábitos de higiene. Hemos visto que el cierre de las escuelas, los cines y otros establecimientos públicos, así como la desinfección de las calles y las casas fueron medidas no del todo efectivas. La epidemia de gripe de 1918 fue un capítulo más del comienzo de un siglo muy convulsionado. A pesar de los logros en la bacteriología y el estudio de los gérmenes, la gripe de 1918 puso a prueba los conocimientos médicos, la política de sanidad de cada localidad y la eficacia de las medidas de higiene. Al respecto, la prensa capitalina informó a sus lectores de manera detallada el curso de la epidemia y los aciertos y desaciertos para hacerle frente.
En el caso de la ciudad de México, el impacto fue moderado con relación a la incidencia anterior de las enfermedades respiratorias en la capital, la prensa registraba entre 150 y 200 muertes diarias, lo que daría un total máximo de 6 000 defunciones al mes. Resulta entonces factible la cifra de 7 375 muertos señalada en los archivos oficiales para 1918.
La población del Distrito Federal apenas llegaba a 906 063, y la de la ciudad era de cerca de 615 367 (Cabrera Acevedo, 1993; Ordorica y Lezama, 1993). De ahí que 7 mil muertes relacionadas con la pandenia pueda considerarse como un efecto leve o moderado, a pesar de los titulares alarmantes de la prensa, en los cuales se menciona entre 100 y 200 muertes diarias. Ya se mencionó que el grupo de edad más afectado fue el de los jóvenes adultos y que, pero con poca diferencia, resultaron más afectadas las mujeres que los hombres. También se señaló que el impacto fue mayor entre las clases desprotegidas. Con el fin de mostrar el impacto diferencial, comparamos las cifras de 1918 con las de la epidemia de tifo de 1813, ocurrida 100 años antes, en la que murieron alrededor de 10 mil personas, en una población de 110 000 capitalinos aproximadamente, lo que implicaría 10% del total (Márquez, 1994).
La duración de esta primera ola epidémica en la ciudad de México fue similar a la de las otras grandes capitales: mantuvo en vilo a la población durante dos meses aproximadamente en 1918. Es interesante mencionar que este tipo de brotes presenta una tendencia casi idéntica a la de otras epidemias, como la de cólera de 1833, en la que también un patógeno nuevo arribó a tierras americanas y causó un enorme impacto en todas las poblaciones afectadas. A pesar de no conocerse la etiología y de no aplicarse ningún medicamento adecuado, la epidemia duró dos meses y se apagó de la misma manera como había surgido (Márquez, 1994).
Resulta significativo que las medidas para combatir la epidemia en 1918 en varias partes del mundo resulten parecidas a las tomadas ante la reciente contingencia, las cuales se resumen en prácticas de higiene individuales como la limpieza de manos, no saludar de mano y con besos, no toser al aire, cubrirse la boca con tapabocas, y disposiciones públicas como limpiar calles, la recomendación de no acudir a sitios concurridos y el cierre de escuelas, teatros y templos. A la distancia de 100 años los bandos parecen los mismos.
Con información tomada de internet de:
Márquez Morfín, Lourdes, & Molina del Villar, América. (2010). El otoño de 1918: las repercusiones de la pandemia de gripe en la ciudad de México. Desacatos, (32), 121-144. Recuperado en 02 de abril de 2020, de http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1607-050X2010000100010&lng=es&tlng=es.
EPIDEMIOLOGIA MUNDIAL (1502-1952) SIGLO XVIfiles.sld.cu › files › 2018/01 › 0045-9179195200050001